La América Nuestra de Martí, la América indígena de Mariátegui, la América hispana, la América latina de la CEPAL se encuentra en una encrucijada, como muchas veces en su pasado, donde los pueblos tienen que decidir en que dirección encaminarse. Las clases sociales subordinadas empujan las estructuras opresoras para transformar y poner fin a las injustas relaciones entre ricos y pobres. A su vez, las clases sociales dominantes contienen el avance de los pueblos a sangre y fuego o, como en el caso de Panamá, blindando con púas de ‘vergüenza’ la cerca de hierro que ‘protege’ (¿de quién?) la Asamblea Nacional. Los diputados creen que detrás de la reja encuenetran protección de la ira popular y de la juventud. Los batallones norteamericanos en la Zona del Canal también creyeron estar a salvo de la insurrección de la juventud que dijo basta en 1964.
Mientras que el continente arde con los pueblos en la calle,
exigiendo justicia, en Panamá la juventud, como siempre, se hizo presente en el
Palacio legislativo para rechazar el proyecto de reformas constitucionales que
incluía, entre otros, un artículo para privatizar la educación superior. La
protesta hizo que los diputados recapacitaran y, por el momento, dejaron por
fuera el mencionado artículo. La cámara única del legislativo panameño procedió
aprobando un conjunto de reformas improvisadas y que cuenta con una base social
insignificante. Tiene que pasar por un filtro adicional en 2020 y después
someterse a un referéndum. El pueblo pide una constituyente originaria lo que
de partida condena a muerte el proyecto de reformas que el presidente
Laurentino Cortizo envió a la Asamblea.
¿Qué explica esta tozudez de los gobernantes
latinoamericanos cuando se trata de enfrentar a los pueblos de la región? Casi
sin excepción avanzan propuestas que empobrecen a los trabajadores, coartan las
oportunidades de la juventud y pretenden deshacer los lazos de hermandad entre
los pueblos de la región. Las oligarquías de la región creen estar preparadas
para enfrentar las movilizaciones populares con las armas de guerra más
modernas. Las fuerzas armadas mandan sus mejores oficiales a la Escuela de las
Américas, del Comando Sur de EEUU, para recibir el entrenamiento militar más
sofisticado (incluyendo las últimas técnicas en la aplicación de torturas). En
este contexto el presidente chileno le declaró la guerra al pueblo.
No entienden que la mejor manera de tener un pueblo
trabajando por el mejoramiento del país es incorporando sus fuerzas a la
construcción de la nación de todos. Mas educación, mejores servicios de salud,
viviendas decentes y espacios para que se exprese libremente. Cuando se habla
de una redistribución de la riqueza que producen los trabajadores es
precisamente esta realidad que se quiere mejorar. Para ello se requiere más
dinero, más recursos, que tienen que ser destinados a los sectores que, en la
actualidad, son ignorados por los gobernantes.
Las protestas en Panamá, y las manifestaciones masivas en
los países de Centro y Sur América así como el Caribe, reclaman esos cambios.
Chile, al igual que Panamá, tiene un producto interno bruto (PIB) muy alto que
refleja su crecimiento económico. Pero no hay desarrollo social. En el caso de
Chile, desde los tiempos de Pinochet, el cobre ha enriquecido al país pero el
pueblo, los trabajadores, sigue igual. En el caso de Panamá, desde la invasión
militar de EEUU en 1989, el PIB se ha multiplicado varias veces (gracias al
traspaso del Canal) pero la calidad de vida de los panameños ha disminuido.
Hay analistas que tratan de tapar el sol con un dedo de la
mano. Los observadores norteamericanos dicen que los culpables son los
gobernantes – ellos los llaman oligarcas - que han mostrado su total
incompetencia para administrar sus países siguiendo el modelo neoliberal. Los
‘expertos’ de la banca y del sector financiero de la oligarquía en los países
de la región le echan la culpa a ‘conspiraciones’ provenientes de los gobiernos
que tratan de construir sociedades participativas (Venezuela). Incluso, hay
quienes culpan a los agentes de la Unión Soviética que se han infiltrado en las
filas populares. Se olvidan que ese gobierno desapareció hace casi treinta años.
Las insurrecciones marcan épocas. Los pueblos de América
latina han avanzado, siguen su lucha y lograrán sus objetivos de justicia y
equidad. Las cercas que construyen las oligarquías en torno a sus castillos
caerán, al igual que ‘las púas de la vergüenza’ que pretenden blindar su
dominación.
31
de octubre de 2019.
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