Los medios masivos de comunicación son un fenómeno
relativamente reciente. Con el invento del telegrama se dio un primer paso en
la dirección de informar a masas (grupos sin distinguir su posición o clase
social) sobre acontecimientos que ocurrían en el mundo. El término mundo hay
que calificarlo: Se trata del mundo en que nos desenvolvemos. Es el espacio que
conocemos y que culturalmente nos es afín.
Todavía más de la mitad de la población de la tierra vive en
un mundo pequeño, formado por su familia y comunidad. Pero una masa creciente –
desde mediados del siglo XIX – vive en un mundo en permanente expansión: la
provincia, la nación, el mercado internacional y, finalmente, el mercado
mundial. Esta masa es la consumidora de los medios de comunicación masivos. Son
miles de millones de personas en todos los continentes, atravesando fronteras,
que reciben diariamente información de la más diversa naturaleza.
Es información procesada, diagnosticada y digerida en
cuestión de minutos, por profesionales de la comunicación altamente entrenados,
que es desplegada a todos los rincones del planeta gracias a las redes electrónicas,
informáticas y virtuales. La información puede ser presenciada en vivo desde
cualquier punto del planeta. También se puede esperar que aparezca en el
noticiero estelar de la noche. Gran parte de la información es predecible ya
que los interesados lo anuncian de antemano: la conferencia de prensa de alguna
personalidad, un encuentro deportivo decisivo o una elección política que
determinará quien gobernará un país.
Cuando ocurre algo inesperado – terremoto, magnicidio o
incendio – ya existen protocolos para darle el tratamiento correspondiente. Por
ejemplo, en el caso de ataques fatales que tienen como objetivo crear
inseguridad y zozobra (terrorismo), se le da mucho despliegue si las víctimas
son de determinada región o país. En el caso contrario, apenas aparecen en las
pantallas o en los periódicos (es el caso, entre otros, de las masacres de
palestinos, despojo de los sarahuí o de los pueblos indígenas de toda América,
tanto Norte, como Centro y también el Sur.
La distinción entre lo que es noticia y lo que no es, ha
tomado cierto auge en los grandes medios de comunicación masivos desde la
elección del presidente Trump en EEUU. Se está hablando de “Fake News”
(noticias falsas) como un fenómeno supuestamente novedoso. En realidad siempre
ha existido. En la Antigüedad, en la colonia y en años más recientes. Un caso
emblemático – que cambió el curso de la historia en el caso de Centro América –
fue la estampilla de correo que circuló en el Congreso norteamericano en 1902
que mostraba la erupción del volcán Momotombo en Nicaragua donde EEUU pretendía
construir un canal interoceánico. Los senadores lo pensaron dos veces y optaron
por financiar la ruta que atravesaba el istmo de Panamá. Los ejemplos abundan
en el siglo XX. El intelectual orgánico de Wall Street, Walter Lippmann,
escribió un libro en la década de 1920 titulado ‘Opinión Pública’, donde
presentaba el arte del ‘fake news’ como una herramienta política para dominar
las emergentes clases media y obrera. Dicen que el libro ‘Opinión Pública’
ocupaba un lugar destacado en la mesita de noche del ideólogo alemán Joseph
Goebbels.
Con el advenimiento de las redes virtuales, las noticias
falsas se han generalizado. El ‘chisme’ de barrio se ha masificado a través de
los medios electrónicos de los celulares que manejan niños de cinco años de
edad hasta ancianos de 90. Pero siguen siendo los grandes medios de
comunicación – principalmente las cadenas de televisión y de periódicos - que
controlan las noticias falsas. Por ejemplo, los enfrentamientos de EEUU con Venezuela,
Siria, Pekín en el Mar del Sur de China – entre otros - son noticias en la
medida en que los medios controlados por los monopolios concentrados en Nueva
York lo quieren. Moldean la información según los intereses de las grandes
corporaciones y las hacen circular en forma masiva a través de los medios
nacionales, locales e, incluso, virtuales.
Con motivo de la llegada de Trump a la Casa Blanca se
produjo una división en el seno de los grandes monopolios. Los medios que
defienden posiciones ‘nacionalistas’ apoyan al presidente poco convencional y
los que apoyan la globalización lo atacan. Los primeros cuentan con la cadena
Fox News y los partidarios de la globalización tienen a CNN (además, el New
York Times y las agencias informativas que alimentan los medios europeos,
latinoamericanos y de otras regiones).
La división es muy clara en lo que se refiere a la política
interna. Diariamente se inventan ‘fake news’ de lado y lado sobre la muralla en
la frontera entre EEUU y México, sobre el cambio climático, sobre el colapso
del empleo industrial y agro-industrial y muchos otros. En política exterior
las noticias falsas tienden a dividir a los monopolios norteamericanos en dos
frentes: Por un lado, la guerra en el Medio Oriente y, por el otro, Rusia y China.
En lo que los monopolios consideran su ‘patio trasero’, en otras palabras
América latina, no existen mayores diferencias. Los ‘fake news’ cotidianos
ensalzan a los regímenes de extrema derecha y demonizan a los gobiernos
democráticos de izquierda. Todos promueven mediante los ‘fake news’ golpes de
Estado, persecuciones políticas e, incluso, invasiones militares.
Siempre existirán ‘fake news’. En nuestros tiempos son el
producto de los intereses de los grandes monopolios que quieren dominar los
mercados mundiales y a los consumidores a escala global. Hay que aprender a
leer y discriminar las noticias. Todo indica que tendremos noticias falsas para
rato.
21 de febrero de 2019.

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