Pocos observadores
pronosticaban hace dos años y medio el impacto que tendría el presidente Donald
Trump sobre el mundo una vez instalado
en la Casa Blanca. De igual manera, muchos fueron sorprendidos por las
políticas que aplica al interior de su país. En el caso de América latina,
actúa con total desprendimiento de las leyes internacionales y sin respeto
alguno para con sus pueblos.
A escala global ha causado pánico, entre los financistas y
especuladores, su declaración de guerra comercial contra la R.P. de China. A esta preocupación se suma la incertidumbre
ya que ni su círculo íntimo de colaboradores sabe cual va a ser su próximo
paso. Descartó el Acuerdo del Cambio Climático. Abandonó el pacto firmado con
Irán para evitar la proliferación nuclear. Sigue activo en el Medio Oriente
provocando zozobra desde Afganistán hasta Libia. En Africa sub-sahariana avala
golpes militares, masacres y toda clase de atropellos con el fin de mantener
ese continente en un estado de inestabilidad permanente. Algo parecido promueve
en Europa, dividiendo el ‘Viejo Mundo’, exigiendo que se militarice (OTAN) y
que se someta a las reglas comerciales que impone la Casa Blanca.
Durante la campaña de 2016
avisó que pondría fin a las propuestas de ‘globalización’, a los tratados
comerciales regionales y a las políticas para frenar el ‘cambio climático’
impulsadas por sus tres predecesores por casi 25 años. Cumplió con su palabra
y, además, rompió con el pacto silencioso con China, se acercó a Rusia y apoyó
la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Todo bajo una consigna: ‘Hagamos
a EEUU grande nuevamente’. En el plano interno ha generado una guerra entre los
proteccionistas y los partidarios de la globalización. También ha dado pasos
hacia atrás en la historia exacerbando las diferencias entre las etnias
euro-descendientes (‘blancos’) y los afroamericanos (‘negros’). Logró meter en
una sola categoría a negros, chocolates, orientales y aborígenes (pueblos
indígenas) que son denominados no-blancos. Los latinoamericanos, desde
Argentina a México, pasando por los demás países, los llaman latinos
(chocolates). Los blancos se están organizando en un movimiento de
‘supremacistas’ que gana adeptos, entre otras razones, gracias a los discursos
del propio Trump.
Ya está en campaña presidencial preparándose para las
elecciones de noviembre de 2020. En 2016 derrotó a la favorita Hillary Clinton
sobre la base de un discurso negativo que acabó con sus contrincantes
republicanos y demócratas. A la exprimera dama la acusó de ‘ladrona’ (crooked)
y a sus correligionarios los insultaba en los debates televisivos. Su
estrategia, aunada a una crítica demoledora a la des-industrialización
provocada por las políticas neoliberales, le dio el triunfo.
Trump calcula que puede conservar esa ventaja alcanzada en
2016 e, incluso, aumentarla ganando en otros estados que perdió en las
elecciones pasadas. Los demócratas opinan lo contrario. En estos momentos hay
varios pre-candidatos demócratas que le llevan ventaja en las encuestas.
Las elecciones en 2020 van a ser un referéndum de aprobación
de Trump. El magnate de Manhattan apuesta a que el crecimiento de la economía
(sin empleos decentes), a la muralla en la frontera con México (que no avanza)
y su discurso étnico (que polariza), movilizará el voto de su base social el
próximo año.
Los demócratas tienen varias cartas en la mano. La principal
es la poderosa maquinaria del ‘establishment’ que tiene recursos financieros de
sobra y controla la mayoría de los medios. Tienen 20 pre-candidatos pero
ninguno tiene la fogosidad de Trump. Pareciera que los demócratas tampoco
tienen un programa coherente que pueda entusiasmar la masa votante. La nueva
‘izquierda’ tiene la fogosidad para derrotar a Trump pero todavía no ha
construido su base social.
Si no pasa algo significativo antes de noviembre de 2020, el
que gane los votos del colegio electoral lo hará por la mínima diferencia.
1 de agosto de 2019.
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