El establishment de EEUU está en un estado de caos con relación a las elecciones presidenciales de 2020. El objetivo urgente del poder económico centralizado de EEUU es – desde 2016 - corregir el error táctico de permitir que Donald Trump se convirtiera en el candidato del Partido Republicano. Peor aún, permitir que ganara las elecciones, convirtiéndose en el 45º presidente de EEUU. Entre 2016 y 2018 se hablaba de un enjuiciamiento (impeachement) y separación de su cargo, otros señalaban que había que derrotarlo en las elecciones de 2020. A fines de este año ambas tendencias se unieron y llegaron a la conclusión de que cualquier fórmula era aceptable.
El
establishment está en un estado de shock porque se dio cuenta que Trump está
muy vivo políticamente. Su destitución por parte del Congreso parece que no
tendrá éxito y Trump probablemente finalizará por lo menos su primer mandato
(2017-2021). Lo peor, sin embargo, son las elecciones. Todavía no se puede
descartar un triunfo de Trump en noviembre de 2020. Además, hay fuertes
posibilidades que el candidato preferido del establishment, Joe Biden, no logre
consolidar su triunfo en las primarias del Partido Demócrata. Estas se
celebrarán a principios de 2020.
Biden se encuentra acosado por dos lados. En primer lugar,
su edad le resta energía para enfrentar una larga campaña y, al mismo tiempo, a
la rudeza de Trump en los próximos debates. Segundo, su participación en
oscuras maniobras corporativas en Ucrania cuando era vice-presidente de Barack
Obama han golpeado su credibilidad.
El establishment tiembla ante la perspectiva de que
aparezcan como alternativas a Biden los ‘izquierdistas’, Elizabeth Warren o
Bernie Sanders. Si cualquiera de los dos logra ganarle a Trump los problemas
del establishment se agudizan.
La carta que el establishment puede sacar en cualquier
momento es Hillary Clinton, quien perdió las elecciones presidenciales contra
Trump en 2016. En un arranque de desesperación, Hillary puede convertirse en
una portaestandarte que reemplace a Biden y bloquee el camino de Warren y
Sanders. Hillary ya ha confirmado su disposición a ser parte del proceso. Anunció
que ‘uno hace lo que tiene que hacer’. La última palabra la tiene el
establishment en Wall Street cuyos largos brazos se extienden a lo largo y
ancho de EEUU a través de sus redes financieras (Citi), comerciales (Walmart y
asociados), mediáticas (Hollywood, CNN) y gremiales (AFL-CIO). Además, camina
de la mano del poderoso complejo industrial militar.
La estrategia de Hillary tiene que contemplar la
consolidación de los demócratas en los estados que ganaron en 2016, recuperar
los tres estados tradicionalmente demócratas que perdieron por márgenes ínfimos
en las elecciones pasadas (Pensilvania, Michigan y Wisconsin) y, para servir de
colchón, los estados impredecibles (‘swing states’) de Florida, Arizona y
Carolina del Norte.
Hillary es un ‘halcón’ en la jerga política de EEUU. Cree en
la globalización, el poder suave, las guerras y el control migratorio. Trump,
en cambio, se opone a la política de globalización (fin de las fronteras), es
partidario del poder duro, dice oponerse a las guerras (hasta ahora no ha
abierto nuevos frentes bélicos en sus tres años en la Casa Blanca) y quiere
poner fin a las migraciones de lo que llama ‘razas’ indeseables. En pocas
palabras, a Hillary no le entusiasma la ‘muralla’ y Trump está decidido a
construirla, cueste lo que cueste.
Trump no es popular en EEUU. Sin embargo, tiene una base
social muy sólida entre los votantes de origen europeo sin educación superior
(‘rednecks’ o ‘white trash’) que se ha ampliado con el desempleo e informalidad
provocados por las políticas de globalización que implican la ‘huida’ de las
plantas industriales de EEUU a países con mano de obra barata. De esa base
popular emergen los partidarios de la ‘supremacía blanca’ que tiene
aterrorizada a la población norteamericana.
Hillary tampoco tiene carisma. Tiene una ventaja entre las
mujeres, los afro-americanos, ‘hispanos’ y la población con educación superior.
A pesar de ello, lo que aparenta ser una mayoría no garantizaría su triunfo.
Tendría que planear bien su campaña para ganar en el Colegio Electoral.
Para ganar las elecciones de 2020, Trump tiene que sumar
sectores más moderados en los estados impredecibles (‘swing-states’) o
sorprender a los demócratas en lugares que son considerados bastiones del
partido de Roosevelt y Kennedy. No le será fácil, aunque no es imposible.
Especialmente si el Partido Demócrata no logra definir con claridad su
propuesta.
12
de diciembre de 2019.